Hijo de su tiempo. El ciclo de Cris Morena supo interpretar el espíritu y los códigos de los nativos digitales, y eso explica, en gran parte, el éxito que consiguió en diferentes plataformas: televisión, teatro, música, Internet.
Se despiden con gloria, bien merecida. Después de cuatro temporadas, hoy termina Casi ángeles (Telefe, a las 19), el ciclo de Cris Morena cuyo éxito fue más allá de la planilla del rating. En verdad, el programa se transformó en un fenómeno que atrajo a millones de niños y adolescentes, en la Argentina y en los numerosos países a los que se ha exportado (España, México, Ecuador, Chile, Uruguay, El Salvador, entre otros). Nacido en la TV, saltó hacia otras plataformas donde también cosechó un público multitudinario (ver Cifras multimedia): el teatro, los discos y shows de los Teen Angels -la banda creada a partir de la ficción-, Internet, revista propia, un libro.
En Israel, más de una vez los integrantes del elenco tuvieron que ingresar en ambulancia a los estadios donde ofrecían sus shows, para evitar el asedio de sus seguidores. En ese mismo país, la autoridad filatélica emitió una serie de estampillas con las imágenes de los integrantes del elenco. En España, en 2009, los fans que no lograron entrar al edificio de Telefónica donde los Teen Angels daban un concierto, paralizaron la Gran Vía para seguirlo a través de las pantallas electrónicas gigantes. En la web, el sitio oficial de Casi ángeles es una comunidad con más de un millón de usuarios registrados, y a eso se suma una profusión de blogs y de grupos en redes sociales abiertos por los fans.
Ante ese paisaje, cabe preguntarse qué es lo que le permitió a Casi ángeles -producido por Cris Morena Group y RGB Entertainment- cruzar la frontera que separa un producto exitoso de un fenómeno masivo. Aquí, algunas pistas para empezar a pensarlo:
Multiplicidad de pantallas
En las sucesivas temporadas teatrales, quien estacionaba sus ojos detrás de la última fila de butacas del Gran Rex, veía un juego de pantallas que parecían muñecas rusas. En el fondo del escenario, una pantalla enorme, con imágenes destinadas a completar lo que ocurría en escena. En la platea, el resplandor de las cámaras fotográficas y de video salpicando la oscuridad durante toda la función. En las paredes laterales de la sala, otras pantallas y más imágenes, con palabras alusivas al espíritu del show. En todas las otras presentaciones de Casi ángeles en vivo, el mismo juego de pantallas, sin importar si el show transcurría en Tel Aviv, Montevideo, Madrid o una provincia argentina. Ocurre que gran parte de sus seguidores eligen ver el espectáculo a través de los ojos que les presta el actual milenio: las pantallas portátiles, sean las de los celulares, las fotográficas o las filmadoras.
La fiebre de los grandes públicos por captar imágenes viene de lejos. Ya lo había advertido el antropólogo Marc Augé en La guerra de los sueños, publicado en 1997: “No contentos con percibir imágenes, los seres humanos se largan a producir imágenes. (…) ‘El mundo está hecho para rematar en un hermoso libro’, escribió Mallarmé. ‘El mundo está hecho para rematar en un video’, responden a coro los turistas de todos los países que en efecto recorren el mundo (el mundo próximo o lejano, según sus medios y el valor de sus respectivas monedas), pero lo recorren con el ojo pegado a su cámara”.
Fruto de la revolución digital, la observación hecha por Augé en la década de los ‘90 se tornó una tendencia imparable. Hoy, los nativos digitales difícilmente puedan creer que ayer nomás, el público no se llevaba de los espectáculos otras imágenes que las captadas por sus retinas y almacenadas en sus cerebros. Evidentemente, Cris Morena comprendió que para los adolescentes contemporáneos, la posibilidad de registrar el show es parte del disfrute, y los deja hacer.
Zapping, click y metafísica
Los pedagogos hablan de la generación “multitasking” para aludir a los niños y adolescentes capaces de hacer varias tareas al mismo tiempo. Corren tiempos de vértigo, y los chicos descubren el mundo a golpes de fragmentación, a ritmo de videoclip. Para la generación multitareas, espectáculos multiestímulo: ésa parece ser la premisa tácita de Casi ángeles. La trama del ciclo avanza sin respiro: mediante hechos sorprendentes y nuevos personajes, la historia visita territorios inimaginables. Todo eso a contramano de las novelas diarias que, antes o después, suelen apoltronarse en alguna meseta. En los shows, la misma propuesta de estímulos simultáneos: canciones, coreografías, personajes que bajan del techo a la platea y otros que sobrevuelan la sala.
Pero no todo es fuego de artificio en Casi ángeles. A Cris Morena no se le escapa que a pesar de los cambios de hábitos, la adolescencia sigue siendo la edad de las preguntas. ¿Quién soy yo y quién, el Otro? ¿Qué es el destino? ¿Para qué vine al mundo? ¿Por qué la vida termina con la muerte? ¿Y si la finitud fuera apenas un gran malentendido? Los nativos digitales siguen buscando esas respuestas que no hallarán en Google. Frente a los misterios eternos, no hay certezas, apenas un bálsamo, el de compartir la incertidumbre con el prójimo. Eso hacen los personajes de Casi ángeles entre ellos, e invitan al televidente a entrar al club de los curiosos sin respuestas.
La ética seductora
Cris Morena quiere dar un mensaje ético. Y a juzgar por lo que se ve, tienen en claro que, como advirtió el filósofo francés Gilles Lipovetsky, en la posmodernidad nadie quiere “sufrir el aburrimiento de los sermones”. Según él, la era actual “reconcilia el placer y las buenas intenciones; la generosidad y el marketing” al punto que “ya no hay causas nobles sin estrellas”.
Casi ángeles convoca a los jóvenes a luchar por la paz, la preservación del planeta, la justicia, la libertad, la no violencia. Imposible es saber si esos buenos propósitos determinarán a los adolescentes a actuar en consecuencia, pero al menos están dispuestos a escuchar. Esa primera victoria es fruto de la alquimia entre el contenido y la forma. Si Casi ángeles presentara su proclama en el envase de las peroratas, sonaría como un profeta en el desierto. Pero lo hace en el lenguaje de estos tiempos en los que, según Lipovetsky, la moral cambió el rigor de la imposición por la lógica de la seducción. “Las estrellas han reemplazado a los predicadores, los shows a las salmodias virtuosas; en lugar del ‘tu debes’, regular, monótono, incondicional, tenemos conciertos, apelaciones al corazón, solicitaciones humanitarias no directivas y no apremiantes”, escribió en El crepúsculo del deber.
Puesta a comunicarse con los nativos digitales, Cris echa mano a recursos heterogéneos. Esto escucharon los adolescentes en un show del Gran Rex: “Estamos en tiempo de descuento. El mundo no da más. La humanidad entera enfermó de miedo, violencia, locura sin razón. Nuestras acciones de ahora afectarán a 5 generaciones futuras y serán nuestros hijos y nietos quienes van a recibir sus consecuencias para bien o para mal”. En el juego de las pantallas múltiples, vieron el rostro de la Madre Teresa de Calcuta y el de Mahatma Gandhi. El llamado a la acción llevó la firma de Paz (Emilia Attias) y Teo (Benjamín Amadeo), y los espectadores escucharon la voz que se adueñaba de la sala:”En el 2030 ya no seremos tan jóvenes. ¿Qué estamos esperando para cambiar? Podemos hacerlo ahora, cada uno desde su lugar. Llegó el tiempo de elegir cómo vivir. ¿Estás listo?” En apariencia, el público está listo, si no para cambiar el mundo, al menos para oír la propuesta, si es que ella se presenta vestida para seducir. Los resultados están a la vista: los Teen Angels fueron invitados a participar en el megaconcierto que se realizó en Madrid, este año, para celebrar el Día Mundial de la Biodiversidad, donde interpretaron el tema Bravo por la Tierra. Israel emitió sellos con las imágenes de los Casi ángeles porque la tira “además de ser divertida alienta la conciencia ecológica y propone el desafío de cuidar el medioambiente”.
La era interactiva
Tradicionalmente, en la industria de la información y en la del espectáculo había productores y consumidores. Ahora, se sumaron los “prosumers”, es decir, individuos que consumen y también producen contenidos. Por caso, el televidente que envía a un canal los hechos captados con su cámara digital. O el internauta que baja información, música o imágenes de la web y sube textos, fotos, videos.
Casi ángeles le reconoce a su público la condición de prosumer: desde la TV, lo invita a participar en su sitio web; en los shows, la audiencia canta junto al elenco; los DVD enseñan las coreografías, los chicos las aprenden, las bailan, se graban y suben sus videos a la web.
Los seguidores de Casi ángeles se comportan como perfectos prosumers: durante los shows se los ve, celular en mano, enviando por mail las imágenes que acaban de tomar. ¿Qué pretenden? Ni más ni menos que activar la cadena de las pantallas: el destinatario del mail, se sabe, subirá de inmediato la imagen recibida a su fotolog o a Youtube. Y otro la bajará de la web, y la ola seguirá creciendo.
Casi ángeles eligió ser hijo de su tiempo. La naturaleza de su éxito reside en ser un fenómeno 2.0.
clarin
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